jueves, 1 de abril de 2010

Vivo sin vivir en mí.


Vivo sin vivir en mí,
y tan alta vida espero,
que muero porque no muero.

(.....)

Estos versos de Sta. Teresa me han recordado el dilema de los inmigrantes de 2ª y 3ª generación.

Tendré que generalizar por lo que seguro que cometeré grandes equivocaciones en muchos casos. Pido que me perdonéis de antemano.

Por un lado son españoles o de la nacionalidad del país donde nacieron. Se educan en nuestras escuelas, con nuestros valores o al menos con los mismos valores que propicia la escuela para todos, manejan los mismos elementos tecnológicos, en la mayoría de las ocasiones se visten como nosotros, actúan de forma parecida, tienen amigos similares, etc

Por otra, su cultura, su aspecto y su forma de relacionarse con el entorno social les "delata" como diferentes y eso dificulta su integración en la sociedad. Una sociedad que prefiere al parecido, que no ha adquirido la competencia de poner en valor lo diferente, que juzga antes de conocer o preguntar, que tiene prejuicios, etc.

Además sus posibilidades económicas son menores puesto que sus padres ocupan también un lugar más bajo en la escala socioeconómica.

Y lo que remata la situación es que tampoco se encuentran a gusto en la cultura de sus padres. En general la cuestionan pero a la vez (al igual que nosotros)  les resulta tremendamente difícil romper con ella porque eso puede significar romper con ambos lados y no encontrarse en ninguno.

En definitiva, están condenados a "vivir sin vivir en ellos" a no ser que su inteligencia o su interés o su capacidad de reflexión,  les permita valorar aquello que tienen de bueno ambas culturas y echar a un lado aquello que no es tan bueno y ser capaces de vivir entre dos aguas o en el filo de la navaja.

Pero ¿quién le pone el cascabel a ese gato?......  he ahí el dilema.

Manolo.

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